lunes, 27 de marzo de 2017

¡AY DE MÍ ÁNGEL DE AMOR!

Tabardillos, arrebatos y ahora esto; el dentista. Éramos pocos y se tuvo que acordar de mí y llamarme. Y lo peor es que fui. Me sentó en el sillón de matar y me dejé.
Me miro a oscuras para no asustarme y veo que el lado izquierdo está violeta, formato globo a medio hinchar. En ná, azulgrana. Claro, como no podía hablar, no le pude decir que yo era del Atlético de Madrid y no del Barcelona.

¿Desesperada? No, solo rabiosa, pero como casi no puedo abrir la boca… Creo que los pabellones auditivos de mi Pepe descansan felices. Ahora que se preparen para cuando mis cuerdas vocales se expansionen y se expresen. Mientras, en silencio y en dolor. Bueno, dolor ninguno. No voy ahora a dramatizar, pero ese silencio constante me mata, así que he decidido escribir, al menos me expresaré de alguna manera y forma.

Pepe dice que si no puedo soportar el silencio, que me calle… ¡Tiene un humor inglés este hombre! Claro que el otro día dijo a los amigos que vivía de la literatura y yo no le contesté; tonta de mí. Todo porque en un momento de intimidad le conté muy orgullosa que había cobrado mis primeros beneficios de mi novela Sevilla…Gymnopédies; estaba que me salía de contenta. Muy mal hecho. Hay cosas que me tengo que callar, pero como no soporto el silencio, antes muerta que muda, largo todo y así me va; soy la perfecta bocazas. Me tenía que haber callado e irme a mi estilista, el chino del barrio, y haberlo invertido. O mejor aún: habérmelo gastado en una juerga con mis amigas. Claro que las hubiera puesto en un compromiso pues al final ellas hubieran tenido que poner dinero pues mis beneficios son minúsculos, pequeños. Pequeños hoy, pero el tiempo dirá. Dirá si me quedo en el anonimato o, o, o, o, o, o…

El caso es que me estaba lamentado, porque quejarse hay que quejarse, ya lo dice un refrán que el que no llora no mama, cuando me suena el móvil. Descuelgo y digo “Iga” (la D no me salía por la hinchazón bucal) y me contestan “Soy el tío Pepito, te quería hacer una consulta como escritora…” Yo que oigo que alguien de la familia me toma en serio con eso de ser escritora, mi ego se infló de tal manera que me fui yo y el ego al suelo; me caí del sillón. No sé qué hice, como estoy un poco empanada y las pastillas del dentista para frenar el dolor me dejan ralentizada…, yo qué sé, el caso es que aterricé.
¿Qué contesté a mi tío Pepito desde el suelo? Yo qué sé, el caso es que a los diez minutos estaba en casa…, mi tío Pepito.
Quería que le escribiera algo sobre la Virgen para recitarlo en su parroquia. En fin, estaba yo cómo para Vírgenes y Magdalenas pero para uno que me toma en serio pues no le iba a decir que no.
¡Qué empanada, ni la gallega! Mi imaginación es poderosa, pero es que hoy ha desbarrado hasta límites insospechados. El caso es que tío Pepito estaba emocionado recitando lo que su sobrina había escrito hasta que llegó el gafe de mi Pepe y tío Pepito le da a leer mi poema.
El bigote de mi cenizo esposo comienza a subir y a bajar como los ascensores y cuando termina de leer, me mira y me pregunta “Gordita, ¿Qué hace tu nueva novela, Mujeres descosidas, delante del calvario?”

¡Leches! Es que este hombre mío roba el lirismo hasta a una caja de cerillas.

jueves, 23 de marzo de 2017

¿CON O SIN? ESA ES LA CUESTIÓN

Mi consejo es rotundo: si vas a salir al mundo y necesitas gafas, póntelas a no ser que no quieras ver. Recuerdo el 16 de marzo… Estaba tan nerviosa que no podía estar con mi Pepe, pues era mirarle, aún sin gafas, y se me subía todo el cuerpo a la garganta. Así que decidí aquella mañana irme de casa, lejos de  este hombre cuya mirada era tan lastimera como la del perro. Con las prisas de la huida, solo miré en el monedero a ver si llevaba dinero. Normalmente salgo con dos euros, ¿pa qué más? Como haya más, vuelvo sin ello y, aún así, hay veces que vuelvo empeñada pues como pase por la puerta de mi estilista, el chino del barrio, él me fía.

Con los nervios, no me acordé de las gafas, sí abrí el monedero, como os decía, y había diez euros, ¡una fortuna!, pues ahí los dejé largándonos a todo mecha de casa mis nervios y yo, incluso rodeando el negocio de mi estilista para no caer en sus redes. ¡Craso error! Pues en el momento que te desvías de la ruta, te metes en el corazón del lujo madrileño. Iba resoplando cuando mis ojos, o lo que llevo debajo de la frente después de las cejas formato ojos, se toparon con un escaparate  monísimo. Me paro, observo, digiero y me quedo prendada de un modelito cuyo precio era la locura de las nenas 7,30 euros. Cuando me di cuenta, estaba en el probador mirando mí torneada figura, ideal de la muerte, feo que lo diga, pero es la verdad. Aquel vestido me sentaba fetén. Me lo quito, me visto, salgo y voy a caja. Pongo el vestidito en el mostrador, abro mi monedero y saco el monedero. Lo abro y pongo mis diez euros. Noto cara de sorpresa en la dependienta. Bueno, sorpresa no sino más bien altivez y desprecio, quizá sí. Como veo que no se mueve, la animo a que me cobre y va la tía y me dice con la voz gangosa de los pijos “Señora, son 730 euros”

Noté a mi rostro efervescente como tirando a grana en preludio de tarde torera. Salí de allí al estilo Curro Romero cuando el toro decía que le había mirado mal. Claro, al llegar a la esquina me di cuenta que llevaba el monedero en la mano abierto y sin los diez euros. Me tragué el orgullo y volví a por mi dinero. Allí, en el mostrador reposaban repudiados mis dineros. Arramplé con ellos y me fui tarifando a casa, era mucho mejor ver la mirada lastimera de mi Pepe que para eso no necesito gafas; hasta la huelo a kilómetros de distancia.

Y… llegó la hora torera, no las cinco. La mía era las siete treinta de la tarde. Poneros en situación. Yo, de fresatomate, con los ojos desvirtuados de mi Pepe clavados en la nuca. Se hace el silencio y las miradas expectantes del personal clavadas como banderillas en mi humilde persona. A todo esto, a mi editor no se le ocurrió ponerme el pasodoble “Bajo tu palio, un rosario”, me lo tuve que tatarear yo solita con lo mal que canto, coña.
Sin embargo, recibí una señal interna, esa de que os he hablado muchas veces aunque nunca os la haya pasado a desarrollar, mejor que no lo haya hecho pues valoro mucho vuestros sesos centrados. Bueno, el caso que recibo la señal y siento como me transformo en la Curra Romera mítica de tardes excelsas.

¡Cómo hablé, cómo me sentí en mi propio jugo de bien!... Flores, aplausos, yo sin ver, claro. A las gafas las había dado vacaciones, no veía un carajo, ni siquiera los ojos taciturnos de mi Pepe.
Conclusión: al principio manifestaba rotunda que no se puede ir sin gafas. Ahora manifiesto, igual de rotunda, que hay momentos que es mejor no ver.

¿Con o sin? Esa es la cuestión. Yo triunfé sin ellas. Ahora, os aseguro que si me las llego a haber puesto y lo primero que veo en el coso es a mi Pepe, salgo corriendo con o sin pasodoble. ¿Por qué digo esto? Porque habían pasado tres días y mi Pepe seguía con cara de precipicio, de abismo. Es tan tímido para ciertas cosas que el riesgo no es para él sino para una chiflada como yo que en su día interiorizó el eslogan de San Agustín del S IV en el que manifiesta que es licito, incluso obligatorio, hacer una locura al año… Y yo, mis queridos lectores, desde que despierto hasta que me desintegro por la noche estoy haciendo locuras.

¡Buen fin de semana!

miércoles, 15 de marzo de 2017

¡VIVA EL TABARDILLO, LERÉ!

¿A vosotros os ha dado alguna vez un tabardillo? A mí tantos que no tengo dedos para contarlos. Sin embargo se me pasaban rápidamente con un buchito de cazalla, pero hoy no tenía y he bajado a las catacumbas de mi Pepe y he encontrado algo mejor que la cazalla. Él no sabe que yo sé dónde esconde los vinos y bebidas virtuosas, ¡Ay, señor, señor, qué simples son estos hombres…, a veces! ¿A quién se le ocurre esconder cosas debajo de la cama? Pues a mi Pepe. Muy ordenadas pero debajo de la cama y una que limpia casi todos los días pues…, pasa el polvo a los tesoros de su santo. Es su necrópolis personal alcoholizada.
Había una botella muy bonita con una etiqueta muy rimbombante con una banda como la que llevan los reyes cuando reciben visitas de prosapia y pensé que me estaba esperando a mí. Así que la tomé prestada, la metí en el congelador y seguí haciendo el capullo mientras se enfriaba; se me olvidó, sí. Mi vida es tan intensa que voy a tener que pedir un pequeño aumento de horas. ¿No piden subidas de sueldos? Pues yo de horas.
Para calmar la ansiedad, el miedo escénico, me he puesto a bailar un poco flamenquito delante de un espejo. Total, estaba sola con Perro y este no critica nada de lo que hago. Se limita a cerrar los ojos. Sí, ya lo sé, para no verme. El caso es que he puesto mucho sentimiento “Tengo menos gracia que las avispas”, así que he dado la vuelta al espejo. Cuando me he cansado de taconear, bueno no me he cansado, es que ha subido la vecina de abajo a decirme que estaba tratando de hacer un yoga relajado. Como soy civilizada, pues…
Entonces, he pasado al segundo acto y me he dedicado a recitar la presentación de Mujeres descosidas. Había tanto silencio en la casa que me zumbaban los oídos, así que he puesto un pasodoble ¡Santa Críspula, Santa Leocadia y Santa Rufina!, si es que me he visto. Sí, me he visto en medio de un coso taurino a punto de iniciar la faena. Eso sí, no he visto claro si yo era el toro o la torera, pero uno de los dos, segurísimo. Me ha dado tal tabardillo que al no acordarme de tomar un buchito de virtuosismo de mi Pepe, he quitado el pasodoble y he pasado directamente al tercer acto; poner una lavadora. Acto que como bien sabréis ni inspira, ni calma, ni ná. Te deja insípida. Tan desabrida y desaborida, que he deseado que llegara mi Pepe para iniciar un diálogo, aunque fuera un diálogo sesudo, me daba igual, el caso era hablar y expresarme.
Pero los nervios hacen a la memoria quebradiza y se me olvidó que cuando mi Pepe inicia un speech de los suyos, solo habla él, se contesta él, se reflexiona él, todo él y, ¿qué espacio queda para mis íntimas y personales manifestaciones? Pues irme a la calle a pegar la hebra con el primero que me quiera escuchar.
Llegó Pepe, me miró, me acarició, me reconfortó…, y si todo hubiera quedado ahí pues, ¡Qué bonito! Pues no, vamos que no. Se vio en la obligación de ponerse en mi piel pero sin dejar de ser lo que él es; una mente cuadriculada y así, de esa guisa se vaticinan rayos y centellas.
“Gordita, déjame que lea tu presentación” Y yo como una cordera de pascua florida, voy y se la entrego… No había finalizado el segundo renglón y ya me estaba sacando taras. Tantas, que me había convertido en una mujer descosida, miraras por donde miraras.
¡Qué angustia, por dios! Cuando me fui a la cama, me dormí rápido, pero volví a soñar con el pasodoble y yo en medio del coso sin saber si era toro y torera. Me desperté sudorosa, me levanté no sé cómo, me fui dándome contra las paredes-esto es lo normal siempre-, llegué a la cocina, el perro me seguía, me miraba con esa mirada descabalada que tiene, me senté en la silla de pensar, seguía sudando, miré a los azulejos, retrocedí la mirada y…, de pronto lo vi.
Allí estaba silencioso, sin moverse, sin pestañear…El congelador. Entonces me acordé y grité ¡La botella! Qué grito daría que me desperté del todo y corrí a cerrar la puerta de la cocina para no despertar a mi Pepe, fijaros…
Las manos me temblaban mientras abría la puertita del congelador y mi subconsciente gemía “Muñeca otra vez la has armado”… Pero no, la botella no había estallado. Eso sí, su líquido estaba espeso de narices.
Miré la hora, cuatro y diez de la mañana. Hora estupenda para abrir la botella de etiqueta con banda de prosapia. En un momento X me pillé leyendo sin gafas “Champagne Munn” y pensando a la vez “Qué ramalazo afrancesado posee mi Pepe” y pasé al acto de apertura… El liquidillo espeso cayó al suelo y Perro se apresuró a limpiar el suelo para no dejar huellas visibles; se relamió y me miró.
Estaba claro que aquella mirada de perro lastimero me indicaba que diera un paso al frente y mojara mi garganta con un buchito de Champagne Munn con banda de prosapia.
¡Espeso pero riquísimo! Qué queréis que os diga, muy rico. Cuando comencé a ver a Perro por duplicado, decidí cerrar el día yéndome a la cama.
He dormido divinamente; Perro, también. Claro, nada más despertar he corrido a la cocina, he abierto la nevera para comprobar que la botella dormía el sueño de los justos. La he escondido debajo de la escarola, la lechuga y los pimientos. La verdad, no creo que ahí la encuentre Pepe…, como no cocina, no creo que le dé por darme un speech sobre la escarola al pimiento morrón…, digo, pues mi Pepe es imprevisible.

Conclusión: mañana, Dios mediante, jueves 16 de marzo, y antes de comenzar la faena, unos cuántos buchitos de Champagne Munn y lidiaré…, bueno ya contaré. Aún me falta definir si soy toro o torera.

domingo, 12 de marzo de 2017

EL TELÉFONO DE MI PEPE

Mi Pepe tiene un teléfono inteligente; cómo él, claro. Tú le pones la calle a dónde quieres ir y antes de que termines de escribir, el telefonillo prodigioso te ubica dónde estás (solo le faltó decir “Salgan de la habitación 216”) y a dónde vas; andando o en coche. A vuelo motor, no. Todo maravilloso y estupendo si no fuera porque antes de salir del hotel ya nos habíamos perdido. Yo me fío de mi santo esposo más que nada porque si no me pongo gafas no veo, y las letras de su móvil son para vistas agudas. Mi suegra siempre me decía la infinidad de suerte que había tenido con su hijo pues a los tres años hablaba igual de bien que Castelar, además era muy alto (talla estándar, no nos engañemos pero no era cosa que a la buena mujer la fuera yo a decir, una recién llegada, que su hijo era normalito de tamaño) y, rizando el rizo, veía más que la media. Yo, como lo de la vista no ha sido mi fuerte pues tan contenta que estaba de tener mi lazarillo vallisoletano. Así que con el asunto del guía telefónico me dejé llevar por Pepe; ya os digo, en una revuelta de un pasillo del hotel habíamos vuelto loco al móvil. Hasta que me di cuenta, y sin ver que eso sí que tiene mérito, que si la flecha te mandaba a la izquierda, Pepe se iba para el lado contrario. Por una vez fui prudente y no le dije “Pepe eres tonto”, lo pensé pero en mudo.
En fin, tanta era su emoción que le preguntaba el camino hasta para ir al baño. A dios gracias, descubrió algo aún todavía más heavy que le trastocó por completo y olvidamos preguntar al móvil más direcciones. se sentía Cristóbal Colón y todo lo que hacía con el teléfono, su obsesión, era no dejar rastro. Sí, su aparato tiene un chisme que borra huellas o es muy limpio, no sé qué pensar. Por si acaso, yo me sentaba frente a Pepe, no a su lado, no fuera a ser que me borrara a mí también.
El entusiasmo por su aparato era extensible a la cámara de fotos. Una que se siente como los japoneses cuando sale de casa, pues todo el rato diciéndole “Pepe hazme una foto aquí, allá, donde sea, pero retrátame” y el hombre con buena voluntad lo hacía pero no tenía cogido el tranquillo y, entonces, o mi gesto se demudaba de esperar o el sol de aburrimiento también de esperar, se largaba. Eso sí, no sé cómo apretaba el botón, el caso es que salían ráfagas y ráfagas de la misma foto. Para complacerme me preguntaba “Gordita, ¿cuál quieres que te mande?” Al principio las miraba sin gafas y veía la misma cara de panoli en versión seiscientas veces. Luego me puse las gafas y fue peor  ver seiscientas veces mi careto. Ojos que no ven, corazón que no siente, chicos. La cámara de mi Pepe es tan buena que saca todo, hasta lo que no existe aún; deprimente.

En fin, ya estamos en casa, sanos y salvos, y eso que a la media hora de llegar a Sevilla casi me caigo de una banqueta. Todo porque me tomé sin darme cuenta, eh, mientras la felicidad me embargaba y el jamó se aposentaba en mi agradecido estómago, tres “buchitos” de manzanilla; cuando me fui a bajar de la banqueta vi no uno sino tres Pepes, y me precipité al vacío. No preguntéis el porqué, pa qué…

lunes, 6 de marzo de 2017

LA MOSCA

No es justo que me levante a escribir cuando aún no se ha encendido el sol y venga una mosca a tocarme las narices. Sí, un insecto diminuto en vías de crecer y llegar a ser mosca cojonera.
Al principio pensé que al tener la ventana abierta por ahí se colaba, así que la cerré. Luego recapacité y quizá fuera mi Pepe en versión mosquito vigilante pero fui a la cama y dormía como un angelito. Más tarde me decidí a limpiar la habitación como una marujona de pro; pues tampoco, todo estaba como los chorros. Y ya me harté y la dejé por imposible pensando que se cansaría pero, ¡qué va!, menudas confianzas está cogiendo la moza.
Esta mañana se ha ahogado en mi vaso de café…, pero resucita. Mañana la tengo dándome los buenos días. Si hay días que la mato, la asesino contra la pantalla del ordenador y al rato se ha levantado como Lázaro.
Se lo he contado a Pepe y el hombre se ha quedado esperando para nada. Primero porque Pepe necesita gafas o tener unos ojos que no ven pero ven como los míos. Y luego es que Pepe se presenta a ver a la puñetera mosca a la una de la tarde y a esa hora no está; tal vez duerma la siesta, esté comiendo o yo qué sé.
Lo que me ofende es que mi Pepe me haya preguntado ¿Segura que es una mosca? A lo que yo le he respondido “Sí, Pepe, un elefante no es, no cabe en la habitación”
El sábado, para rizar el rizo, vino con una amiga. No sé si vendrían de copas o qué, el caso que se pusieron a revolotear en la pantalla del ordenador y, como es muy sensible, se volvió medio loca…, la pantalla. Las dos moscas como si con ellas no iba mi enfado. Una terminó ahogada en el vaso de agua; ni café quería. La viva allí se quedó tan fresca, menuda amiga que no llora por su amigo muerto.
La verdad es que os cuento lo de la mosca como os podía contar que hoy he comido macarrones. No tengo nada excitante que contaros a no ser que estoy de los nervios con el parto de mi novela. Y tristezas, calamidades, angustias, retortijones, nadie quiere escuchar y lo entiendo, por eso no lo cuento. Aunque sabed que estoy fatal.
Bueno se me olvidaba contaros que la otra noche estaba tan no sé cómo que decidí hacer un pase de modelos a mi Pepe; el perro se apuntó rápidamente, pensaría que entre pase y pase, habría galletitas. El caso es que no se enteró de nada…El perro no, sino Pepe.
Y que conste que voluntad puso para darme su opinión, pero no atinaba. Creo que lo flasheé al pobre; cada uno da de sí lo que queda.
-Eso que te estás poniendo, ¿para qué es? Es un trapo muy raro, ¿no?
-Pepe es para la presentación de la novela. Y no es un trapo. Es una especie de vestido, chilaba o camiseta suelta larga, al gusto.
-¡Ah!... ¿Tienes más cosas para enseñarme?
-Síiii… ¿Esto qué te parece?
-Y eso, ¿qué quiere ser?
-¡Por dios, Pepe! Esto es…, es una especie de pantalón ancho a modo de falda o así.
-¡Ah!... ¿Y lo has pagado todo lo que me estás enseñando?
-¿Cómo no lo voy a pagar, Pepe? ¡Qué cosas tienes!
-Pero, ¿te devuelven el dinero? Y ahora que me acuerdo, ¿no me dijiste que necesitabas un pijama?
Bueno, pues eso. Lo devolveré, me devolverán el dinero y me compraré un pijama. Sé que a la mosca la gustará verme con atuendo nuevo.

¿Os he dicho que estoy fatal? Pero no me quejo, eh… Fatal, fatal.