Ayer tuve “un día “horribilis” de esos que no
quieres que empiecen y si comienzan pues que terminen rápido; largo como una
ristra de chorizos.
Dentista, agujetas y echar gasolina al coche, A
simple vista parecen tonterías, que lo son, pero todo tiene su edad, aunque la
mía sea inconfundible según mi madre “Hija desde los 16 años no has
evolucionado”, pues con la aseveración de mi madre no tengo edad para muchas
cosas.
Me desperté sin saber dónde estaba, solo sabía que
mi cuerpo no respondía a mis órdenes. Era un dolor de arriba abajo sin pausa.
Poco a poco fui recapitulando. La cama era la mía, el Perro que dormía en el
suelo, el mío. Las cortinas de la ventana, por cierto, las tengo que lavar,
también mías… Todo en orden, pero, ¿por qué mi cuerpo no era el que es
normalmente? Y mis neuronas me contestaron rápidamente “La farola de Críspula”
Y me acordé, claro que me acordé que mi amiga me invitó a tomar vino mientras
veíamos una puesta de sol. Me apoyé en la farola extasiada viendo el adiós
solar. Mi amiga me rellenaba constantemente el vaso y yo bebía y bebía como los
peces en el río. El sol se fue, pero no la farola a la que me agarré con pasión
diciendo a Críspula “Cada día tengo el cuerpo más elástico” Y es que mi cuerpo,
al ritmo de la música, era goma de mascar. Se estiraba, se encogía, se
contorneaba… También recuerdo los ojos de mi Pepe ¡espantados!, pero es Pepe y
cualquier cosita que se salga de la norma pues le rompe los esquemas, sin embargo,
yo, mujer de goma, esa noche era bailarina de farola, si hasta mi cintura era
casi una peonza, Claro, cuando desperté del todo toda yo magullada me di cuenta
que ni goma ni leches sino la mujer estatua sin poder moverse.
Y lo malo es que tenía que ir al dentista a que me
apretara los tornillos. Tardé en montarme en el coche ni se sabe, todo mi
cuerpo hacía ruido; creo que los huesos estaban fuera de su lugar de
procedencia.
Pero, ay amigos, enciendo el bugui y apenas tiene
gasolina. Voy a la gasolinera, atestada de gente, a mí que me entra la paranoia
al ver tanto árabe echando gasolina y mi imaginación calenturienta echando leña
al mono, Total, salgo huyendo a otra gasolinera. Llego, nadie me echa gasolina,
no me hacen caso, me dicen que me la eche yo, yo digo que no sé. Sí, me da miedo
y como me da miedo no he aprendido a echar gasolina al coche. Resumiendo,
suelto un espich para nada porque nadie me escuchó, pero esta moda de
autoservicio no me gusta, además de quitar puestos de trabajo, leñe. Total, me
vuelvo a subir al coche, sin gasolina, claro. Estoy entrando en la siguiente
gasolinera y mi bugui que se para. Vamos que se paró del todo. Ahí di pena y
empujaron el coche y me echaron gasolina y me sonrieron y me dieron
conversación y yo tan contenta. Pues como debería ser el mundo, un intercambio
de efluvios positivo.
Llegué tarde al dentista y el hombre para
rentabilizar mi retraso, me apretó y me apretó los tornillos, venga a apretar
hasta dejarme dos tallas menos la boca. ¡Qué dolor!
Volví a casa contrahecha. Un día horribilis en que
Pepe me miró al pasar junto a él y sentenció “Lola, no tienes edad”