martes, 26 de diciembre de 2017

EL EROTISMO DE LOLA

Me he atascado en una escena que pretendía ser la escena erótica por antonomasia, pero he releído lo que he escrito y no llega a la altura de las futuras 51 sombras de Gray; lo mío queda en un quiero y no puedo. Claro, me miro y no me extraña que mi Pepe se dedique a dormir roncando en vez de mirarme y pensar que soy su conejita particular de Playboy.

Para no pasar frío cuando me pongo a escribir, me he comprado un pijama de cuello vuelto y una bata con capucha. En los pies, unos calcetines casi tan gruesos como yo y, claro, si a mí Pepe le surge el anhelo por su conejita, hasta que me quita todo eso que llevo encima, el anhelo ha caducado como los yogures, de ahí creo que el erotismo no sea mi fuerte, me sienta frustrada, deje el orgasmo literario y me vista de Lola, personaje que no tiene secretos para mí y que hoy también se ha frustrado aunque con un tinte lascivo y envidioso a la par que satisfactorio por la desgracia ajena. Lo vais a entender rápido…

Nadie hablará de nosotras como nosotras mismas. Las mujeres vamos a matar, somos toreras hasta la médula espinal.
¿No hay una mujer en vuestras vidas de mujeres a la que odiéis porque es guapa o atractiva, simpática, inteligente, se la dan los hombres como churros y todo el mundo habla de maravilla de ella? Yo sí, mi vecina del 2ºC. Si hasta el portero se le hace el trasero gaseosa nada más que sale del ascensor “Doña Martirio, buenos días. ¿Ha descansado bien?” Martirio es el mío bajar con ella. Ni mirarme, ni hablarme, oliendo a perfume del caro y bueno, mientras yo huelo a fritanga porque estoy haciendo unas alitas de pollo y salgo corriendo porque se me ha terminado el aceite.

Mi amiga Mari Pili dice que mis maneras de salir a la calle no son las más adecuadas; todo porque voy elegante, aunque informal con mi collar de perlas, oliendo a frito y con las zapatillas de estar en casa.

Bien, pues esta mañana, para colmo, y al ver que el clímax literario no me llegaba a los dedos, me puse a tender la ropa y se caen de los calzoncillos de mi Pepe, talla XXXL, en el tendal de mi vecina fina y exquisita. Juro desde aquí que hoy yo no olía a nada. Fea estaba un rato, no lo niego. Total, que bajo, llamo a su puerta y no me abre. Insisto y nada. Mi mente acelerada iba pensando “Esta cabrona seguro que está aún en la cama”, cuando una voz lejana y tintineante como una lluvia de primavera, elegante y suave como un lirio, dice “¿Quién va?” Me dieron ganas de contestar “La gilipollas del 6ºC”, pero contesté “Querida Martirio, soy Lola” … Qué falsas somos las mujeres a veces, llamarla querida cuando siento en el fondo del trasfondo de mi pijama de cuello vuelto, una asquerosa envidia por esa esmirriada que no tiene ni un gramo de grasa en su cuerpo… “Vete por la puerta principal” ¿Veis lo que os digo? Ella no se rebaja a abrir la puerta de la cocina, su condición es ser señora.

Abre y sentí en ese histórico momento que me convertía en la mujer de Lot, recordad ese pasaje de la biblia que se convierten en estatuas de sal.
¡Leches, qué fea estaba la Martirio! Después de la sal, llegó el clímax de la satisfacción, la revancha que toda mujer necesita cuando comprueba que todas somos iguales, que tu Martirio personal es como tú, de carne y hueso y que sin aderezos es…, eso, vulgar, incluso más fea.

¿Veis cómo la envidia es un sentimiento absurdo que acogota a nuestro ego? Vicio deleznable que hace aflorar lo peor de nosotras mismas, con lo majas que somos cuando nos acicalamos de buenas personas. Tal vez no seas alta y delgada, pero seguro que tienes una sonrisa que deja pequeño al sol más resplandeciente.

He subido más contenta que unas castañuelas. Eso sí, aquí estoy delante del teclado sin saber narrar una escena escalofriantemente erótica… En fin, voy a probar quitándome el pijama a ver qué pasa.
Buenos días a todos con una sonrisa!!!

martes, 12 de diciembre de 2017

LOLA Y SUS ZAPATITOS DE TACÓN

Y yo pregunto, ¿Diosito, por qué me pongo tacones si termino caminando con los dientes? No me contesta, claro. Está harto por meterle en mis ensaladillas estilísticas; no se lo tomo a mal.
Sin embargo a mi Pepe, sí. Sí, porque sí. No es normal que en vez de decirte “Qué cuerpo, qué belleza, qué todo”, me diga con tono, además, cansino, de los que no disimulan “¿Ya estamos? Un día me partes el brazo” Un borde. Todo porque trato de caminar apoyada de su brazo andando igual que si estuviera todo el día subida a unos tacones mientras guiso mis patatas a lo pobre.
Y lo malo, no es el dolor de pies, ni hacer equilibrios en el suelo, no. Lo malo es cuando los pierdo. No conscientemente, simplemente se deben hartar de mí y salen volando y a lo mejor se quedan escondidos debajo de un coche y mi Pepe se tiene que, primero agachar, luego reptar y por último capturar. Eso le enfada…, y mucho.
Bueno, un día que le notaba un poco tenso con el tema de los tacones, cuando perdí el izquierdo, no dije nada, pero me lo noto porque mi cuerpo, mi textura de mujer, se había contrahecho, entonces me miró furibundo y me dijo “Ahí te quedas”
Parece mentira que no me conozca. Él se fue, pero yo también, ladeada pero me fui. Al rato vino, más furioso de lo que se fue; es leal hasta enfadado.
-Lola, Busca el otro zapato y póntelo ahora mismo.
-Ya quisiera, Pepe, pero entre la faja que es como una escafandra y el vestido tubo, no puedo.
-¿Sabes lo que me han preguntado?
-Ni idea pero viendo con los que estabas, seguro que algo tan sesudo como tú.
-“¿Desde cuándo no tienes dinero para comprar dos zapatos a tu mujer?” Y luego se han echado a reír.
-Primero, García, no soy tu mujer, es una expresión machista. Y segundo, ¿quién te manda estar con tontos del culo?-me dejó con la palabra en la boca y se fue.
Menos mal que pasó un camarero y le pedí encarecidamente que me recogiera el zapato. Claro, como iba con una bandeja con copas, me pidió amablemente que se la sostuviera mientras me cogía el zapato,
¡Fenomenal! Terminé la velada nivelada. Eso sí, la bandeja fue a tomar café porque mi desnivel con la bandeja llena de copas con líquidos, hubo unos micro segundos que sufrieron una especie de terremoto y, ¿diréis a dónde fueron a parar? Encima de mi Pepe.
Seguro que venía a perdonarme, pero después de eso, ya no lo hizo.

¡Qué hombre tan rencoroso y poco comprensivo!

viernes, 8 de diciembre de 2017

LOLA GALLINA

Estaba yo mariposeando por mi dulce hogar cuando me encontré a mi Pepe anestesiado por completo con la televisión; me asusté. Es más, me dije “Lola, tú sin tu Pepe puedes ser caótica de tó, tócale” Y le toqué a ver si había fuelle en su cuerpo. Entonces, parece que revive, me mira y sin mover un solo músculo de la cara, vamos, como si fuera una momia viviente, me dice “El undécimo mandamiento es no molestar”

 ¡Toma ya! Y revira los ojos y los empotra de nuevo en la televisión. No sé que se me despepitó antes si los ojos o los oídos porque mi Pepe cuando habla, no habla como cualquier humano, no; sentencia y dice unas cosas que me dejan unos instantes, solo unos momentitos, eh, fuera de contexto. Me fui corriendo a por el catecismo y corriendo, corriendo, leí; solo había diez, los de siempre, no hay nuevas versiones, por lo que volví y pregunté a mi momia esposo “Oye, Pepito, ¿es que van a modificar los diez mandamientos como la constitución?”

Claro, importante que él supiera que su Lola está al loro de la calle en todo momento y que me preocupo y, si hay que poner postureo de esos para hacer que eres aunque no eres y lo peor es que te importa una higa, voy y pongo postura. Bueno, no. No voy a engañar, soy tan simple como las gallinas, y a mucha honra, pero no como las gallinas de hoy, las pobres estresadas con luz artificial para que pongan huevos y más huevos, no. Soy de las gallinas de antes, las de toda la vida que campaban a sus anchas y ponían huevos cuando se lo pedía el cuerpo y, ¡qué huevos!... Pues de esas.

¿Qué estaba yo contando? ¡Ah! Ya me acuerdo… Una vez que le hice esa pregunta sesuda, volvió a mirarme con ojos de difunto vivo y me dice “Lola si no puedes soportar el silencio, cállate” Y volvió a revirar la vista a la televisión.

Pues claro que no puedo soportar el silencio, demonios, porque tengo mucho que decir y preguntar. Porque la vida me habla y yo la contesto. Ahora que cuando alguien me toca la moral que se prepare, y la momia de Tutankamón II reencarnada en mi Pepe se iba a enterar. Así que volví sobre mis pasos y con voz segura de lo que iba a decir, o algo parecido, no voy a exagerar, dije “En las últimas encuestas solo ven Operación triunfo  los jubilados como tú, un 74%” ¡Tooooma! Que supiera que me sabía hasta las estadísticas. Escuchó y luego levantó sus ojos momificados a punto de revivir del mal café que le estaba poniendo y sentenció “Lógico, a las horas que acaba el programa, la gente joven duerme porque ha de madrugar para ir al trabajo. TVE no piensa en el ciudadano útil”

¡Puerca miseria! Este tío siempre tiene razón, leñe.

domingo, 3 de diciembre de 2017

LOLA Y LAS SARDINAS

“El que da lo que tiene, no está obligado a dar más” El refrán es más o menos y es que me ha llamado una amiga, tan alegre como mi Pepe, para aliviar un poco mi pena y me ha ofrecido ir a un funeral y yo, con tal de no estar sola, pues como hasta que me afilio a Podemos; tranquilos, cuando volviera a mi ser, iría a que me devolvieran la cuota y tan amigos; si hay algún Podemita que no se me ofenda, por favor, porque si lo pensáis bien, ¿os pega una banda de rock en la corte del rey Arturo? Pues eso…

Bueno a lo que iba… Hasta la hora del alegre plan, pues me hice un listado de cosas para no pensar y me dije “lolilla pon la lavadora”, voy y la lavadora ha muerto y me digo “Leches, Lolilla se te muere tó” Y en esto que hago asociación de ideas que se me cruzan a medio pensar: tomarme un vino para estimular el ánimo y agua para las plantas que si no también se me mueren. Voy y me pongo a la causa, la del vino y el agua y confundo el proceso… Tranquilos, pronto me di cuenta la botella que estaba enchufando a la planta sedienta y me dije “Soooooooo, Lola”

Visto mi descentre, pasé a un segundo plan de acción “Las sardinillas para el gato piojoso”, con la suerte que mi Pepe se hincha a sardinas enlatadas; había en casa. Me lavé así por encima y me bajé al jardín. Miré a un lado, a otro, nada por aquí, nada por allá y me senté en el parquecillo. ¿A qué? Yo qué sé, pero no habían pasado cinco minutos y vi frente a mi banco al gato… ¡Rediez, más feo, imposible! No exagero si os digo que tiene los pelos como si hubiera sufrido un electrocutamiento en media fase o le han llevado a la peluquería de un enemigo, no  sé, algo así.

Total, le llamo “Pollo, ven para acá” ¡Leches! Va y se acerca. Perdonad por mi lenguaje chabacano pero me a-co-jo-né. Luego medité “lola, lolilla, Lola, la pinza que se te vaaaa… Dale las sardinas y lárgate” Yo obediente a mi poca sensatez  abro la latilla, la pongo en el medio y me retiro… ¿Diréis? De pronto, no sé de dónde salió, pero salió otro gato.

¡Ay qué gato más bonito! De esos de pelo largo bien mullido color beis, ojos inmensamente azules y collar de Swarovski; vamos lo que toda la vida se ha conocido por un gato pijo, de los pijos de toda la vida. Y va, saca los dientes afilados y el piojoso sale zumbando. Entonces, el pijo, en vez de comerse miiiiiiiiiiis sardinillas, comienza una exhibición al estilo top model. Estiramientos por aquí, ahora me paro porque me da la gana…, hasta que decide meter la nariz en miiiiiiiiiii latilla y oigo “Genaro, ni hablar” Y el pijo sale como alma que lleva el diablo y una voz en las alturas dice “Eso es veneno para mi gato, señora”… Estuve por decirla, pero no dije nada, ¿para qué? Llamándose Genaro como que…
Vamos que llamar a un gato pijo Genaro…

Cuando me volví, la latilla estaba vacía. La tiré en la papelera y me fui.