
¿Hace una copita cazalla? ¡Venga, animaos! Es baja en calorías... Os contaré que tengo un virus, o tenía, porque creo firmemente que lo he asesinado. ¿Cómo? Ni pajolera idea, a tanto no llego. Lo que sé es que este trasto funciona... Lo peor que le puede pasar a una es ser analfabeta y, más grave aún, querer dejar de serlo y no poder.
Mi Pepe en el año de la tos compró un ordenador, lo último de lo último: moderno, avanzado, vamos que hacía de todo. Cuando llegó el bicho ése le dije a mi Pepe que rompía la estructura decorativa de esta nuestra casa, pero como pinto menos que un títere en el congreso de los diputados, pues el armatoste se quedó. Yo todos los días lo limpiaba, lo trataba estupendamente... Y un día, no sé dónde limpié, que se encendió él solito. Fue un flechazo, estoy convencida; el amor también existe en la red y yo sucumbí a sus encantos, pero como soy muy dura de cabeza, después de tanto tiempo de flirtear con Internet, no sabía nada de nada: encender, conectarme y apagar... Hasta que llegó el virus de los cojones. Los toca pelotas de mis hombres pasaron de mí como de la plaga, pero como soy mucha mujer en tan poco espacio, me puse las gafas de ver - siempre voy sin ellas, no veo, pero estoy mucho más mona- y manos a la obra, me dispuse a asesinar al muñeco gilipollas que salía en pantalla diciéndome cada vez una cosa. Claro que peor era cuando no salía el enano porque aparecía una pantalla porno. Tan extasiada me quedé mirando los tamaños de la naturaleza que no oí entrar a mi Pepe:
-¿Qué haces, Lola?- Di un bote en la silla que casi llego al techo.
-¡Coño, Pepe! Fíjate qué cosas salen. ¿Serán naturales?
-Vergüenza te tenía que dar. Apaga eso ahora mismo.
-Pero Pepe si es que sale solo, no hace falta buscarlo, no he sido yo, te lo prometo...
-Eso dicen todos los ladrones cuando les pillan. ¡Qué lo apagues!
-Que no, Pepe, que está pegado a la pantalla, es como un tapiz de la naturaleza femenina y masculina, eso sí, amplificada. Para mí que...
-¿Así vas a educar a tus hijos?- Dio un portazo y me quedé en ese momento con el pene más gigante jamás visto. ¡Jódete! La salida era yo. De nada servía lamentarme, mi reputación ante mi Pepe era la de obesa del sexo a lo bestia.
Sentí un ruidito detrás de mí... De sobra sabía que eran dos ratones duros de roer los que me estaban espiando. Me hice la loca -yo muy digna- y esperé...
-Mami, se ha ido Papá muy enfadado- era mi tierno querubín con voz lastimera. Quería asesinarle antes que al piojo vírico internauta, pero sabía que había un segundo cerebro en "la operación porno"...
-Mamá, de verdad, qué tontaina eres.- Aquí estaba Peluche sentenciando, el segundo cerebro de la operación pito grande- No te das cuenta de que Papá es como un curilla, esas cosas no las puede entender. ¡El hombre no da de sí!
Por mis muertos más frescos que quise estrangularle, pero como madre descontrolada y enfurecida sólo pude decir:
-¡La madre que os parió! ¿Tan necesitados estáis? ¡Si esas cosas sonde plástico, leches! No existen, hijos. Miraos, tenéis centímetro y medio y mis pechos son tamaño estándar, lo que veis ahí esmentiiiiiiiiiiiiiiiira.
-¿Segura, Mami? Tienen una pinta estupenda.
-¡Cállate, Anticristo! ¿Cómo puñetas se quita esto?
-No sabemos. Llevamos dos meses así...
He de reconoceros que el amor propio me mata y ser menos que otra mujer me carcome. ¿Por qué digo esto? Pues porque estaba llorando, lamentándome de mis desgracias cuando llegó Mari Pili, mujer muy puesta en el mundo actual, y se puso a darme un discurso en una verborrea galáctica sobre la informática y aledaños que me impresionó a la par que me acomplejó, y me dije: "¿Lola, te vas a dejar comer el terreno? No, hija, no. Tú menos que nadie, jamás. Antes muerta que sencilla. Y ¡Hala! me he cargado todo, hasta la cuenta del banco, ya no se puede entrar a mirar. Total, no había nada...