-Lola, ¿dónde vas?
-Al mercadillo, Pepe, con o sin tu permiso, pero yo me
largo.
-¿No ves que me estoy muriendo?
-Mira Pepe, a lo larga y ancha de mi vida he visto muertos
con más vitalidad que tú, así que “tranqui” tronco, no es tu hora.
-Estoy acabado, Lola…
-Qué vas a estar acabado, Pepe, si hace media hora has
sacado el Espasa de quinientos tomos de tu espolvoreada calva… Un muerto sólo
tiene huesos y tú, mírate que rebosamiento de carnes tienes aún…
-Tengo fiebre, tócame, toca, toca…
-Y un cuerno te voy a tocar, ¿y si me contagias?
-¿Qué te voy a contagiar yo, Lola?
-¿Tú? Cualquier virus de mala leche y no, Pepe, mi quietud
por falta de sesos no me la quita nadie… ¿Necesitas calzoncillos, calcetines,
un poquito de optimismo? Ahora o nunca, aprovecha que me piro.
-¿Para qué quiero calzoncillos si me muero?
-¡Ay, hijo, no! Donde esté un muerto aseado y bien vestido,
no hay color.
-¿Quién me va a ver los calzoncillos, Lola?
-¡Anda, éste! Pues el embalsamador que te embalsame…, buen
embalsamador será…
-Quiero que me incineren, Lola.
-Vale, Pepe, si quieres que te churrusquen, te churruscamos,
pero antes del supuesto churrusque, tendrás que estar expuesto ante el populus
populi, y has de estar impoluto… Mira, puedo ponerte la peluca mía para que
cuando te vean recuerden el pelo que un día tuviste.
-Lola, prefiero que me peines con raya al medio…
-Pero, alma de cántaro, cómo voy a hacerte raya al medio en
la calva… ¿Con cartabón o con regla, Pepe?
-Ah, Lola, y me pones el traje de luto.
-¿Quién se te ha muerto, Pepe?
-Yo mismo, Lola.
-Ah, es verdad, Pepe… Yo también me vestiré de negro, me
estiliza la figura.
-No es cuestión de cuerpo sino que pasarás a ser viuda.
-¡La viuda de España como la Pantoja!... ¿A qué hora
tienes previsto morirte, Pepe? Te lo pregunto más que nada para saber a qué hora
he de volver del mercadillo.
-Tal como estoy, Lola, no creo que llegue a la una y doce…
-Ya, Pepe, dime el segundo exacto, un poquito de por favor…
-El cuarenta y tres.
-Pepe, ese es tu número de pie…
-Y el de mi fallecimiento, Lola.
-Ah… Espera, ahora seguimos hablando esta conversación tan
alegre, es que me acabo de acordar que tengo que llamar a Peluche…
-Cuando vuelvas, tráeme la caja de pino, Lola.
-Sí, sí, lo que tú quieras, Pepe… ¿Peluche?
-Mamá, ¿cuántas veces te he dicho que no me llames al
trabajo a no ser que sea un asunto de vida o muerte?
-Esto lo es, Peluche… Tu padre no hace más que decir
bobadas… Si hasta ha perdido su mente privilegiada...
-Mamá, eso es que tiene fiebre, dale dos buenos lingotazos de
coñac con un vaso de leche y que se duerma.
-Peluche, no queda coñac, se ha bebido la botella entera.
-Mamá, aclárate, entonces no está enfermo sino beodo.
-Hijo, qué hago con él…
-Dale un mamporro o cántale una nana… ¡Adiós!
-… Ya estoy aquí, Pepe…
-¿Qué te ha contado Peluche?
-¿Mamporro o nana, Pepe?
-Nana, Lola.
-“Se va el caimán, se va el caimán, se va para
Barranquiilla… Voy a empezar mi relato, con alegría y con afán…Un día que
me fui a bañar por la mañana temprano… Vi un caimán muy singular,
con cara de ser humano, qué sorpresa, madre mía, era mi Pepe… Se va el caimán,
se va el caimán… Tralarí tralará…”… ¡Puff! por fin cayó… Mira que carita de
dinosaurio tiene él tan dormidito.
1 comentario:
Menuda tranca la del amigo y lo pesado que se pone, no hay como una buena nana para dejarlo como nuevo. Muy gracioso!
Un saludo.
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