Queridos amigos,
muchos de vosotros me habéis preguntado el cómo y el porqué de mi blog ME LLAMO
LOLA y aquí os dejo su historia. Real como la vida misma, eso sí, nació en la
realidad y se elevó a la ficción aprendiendo a reírme de mí misma…
¡Ay que sofoco! Creí que perdía el autobús; he dado una carrera
con las bolsas de la comida y el portafolios de tal calibre que tropecé y el
zapato se me ha roto, pero he llegado a mi meta. El conductor me ha mirado de
forma extraña y lo comprendo, pero ha de entender que a las nueve treinta de la
noche encontrar una mujer sana y pulcra es harto difícil; despeinada, con
manchas de café en la blusa, con el rímel corrido, ojerosa, con olor a sudor,
más después de haber corrido los cien metros lisos cuesta arriba, con la mano
izquierda sujetando no sé cuantas bolsas y con la otra, un zapato roto y el
bono-bus, ah y el móvil pues es original pero no raro.
A esas horas no me miro al espejo, estoy convencida de que me
deprimiría más, y he de llegar a casa con un mínimo sano juicio para hacer una
de las labores más ingratas en la sociedad actual: ser madre de dos
adolescentes; eso es como tocar el infierno, ver a Lucifer por duplicado y
desear volver a correr, esta vez, los doscientos metros en busca del autobús. Porque
he de contar que desde que salgo de mi casa, estoy corriendo tras ese animal de
cuatro ruedas. El hijo de perra creo que se mofa ante mis narices. Yo,
corriendo como una poseída y ¡zas!, él pasa solemne, ceremonioso, deslizándose
por la calzada como si fuera una pista de patinaje y aquí la susodicha tirada
como una colilla a esperar media hora para que pase el siguiente, ¡cómo si a mí
me sobrara el tiempo!
En esto, me estoy ya empezando a estresar -aunque mi estrés
empieza mucho antes… ya lo contaré más adelante- cuando el móvil suena; me dan
ganas de tirarlo a la vía y que un coche lo estruje entre el asfalto y las
ruedas. Descuelgo, doy una mala contestación y cuelgo. En fin, ya llega otro
cuatro ruedas, me subo, me peleo con una señora que se quiere colar y quitarme
el asiento… “¡Y una mierda señora!, estaba yo mucho antes que usted” la digo
como una verdulera a punto de comerme a la buena mujer.
Reposo mis posaderas y suspiro, ¡diez minutos de descanso!... Ah
pero no, me equivoco, el hijo puta del móvil vuelve a sonar y como estoy de
mejor ánimo, contesto; es mi jefe que su afán es darme por el culo desde que me
intuye hasta que me desintegro al final del día.
Mi vida laboral es un puto fichero: que si fichero para esto, que
subcarpeta de fichero para lo otro, que si ficherito para… vamos, que estoy
pensando en hacer un esfuerzo ímprobo por mi parte, porque el Excel se me da
mal y el Access ni os cuento, pero la ocasión lo merece, y haría un fichero
para guardar a mi jefe y no volverlo a abrir y, otro, para depositar a mis dos
adolescentes; éste lo abriría dentro de ocho o diez años, ¿creéis que es el
tiempo suficiente?
El caso es que me quito, no sé de dónde, un rato todos los días y
aprendo a hacer ficheros para tener todo, todito muy ordenado. Pero es que
ahora que me acuerdo, ese gilipollas que tengo por jefe me llama y me dice:
“¿Te dio tiempo a terminar mi mega fichero, preciosa?” No le he colgado, pero
he puesto el mute y, como una loca en medio del autobús, he chillado “¡Que te
jodan a ti y a tus ficheritos!” Después, he respirado hondo y, como si se
tratara de la mujer más equilibrada del mundo le he dicho: “No pude, el
programa Taylor se espatarró y la gente no podía trabajar, así que me dediqué a
darles formación” cuelgo y me siento cansada e infeliz. ¿En qué se resume mi
vida?, ¿en correr detrás de un autobús todo el día en vez de ir tras de un
cubano macizo, eh?, ¿en que mi capacidad profesional se reduce en aprender a
hacer ficheros?, ¿en desarrollar mi imaginación para poder sobrellevar a dos
chicos de catorce y diecisiete años que no se aguantan ni a sí mismos?… no me
digáis que no es triste.
Hablando de este tema, ¿vosotros tenéis hijos en esa edad tan
maravillosa? Yo recuerdo que mi padre me daba una leche, y me dejaba como
nueva. Vamos, a duras penas osaba a respirar sin hacer ruido en una semana,
pero ahora no, no hijos no, estáis muy equivocados. La situación es otra: ellos
no te piden permiso, lo has de pedir tú…, como os lo cuento.
Pongo un ejemplo: me encanta recibir noticias de los amigos que
viven fuera, y nos carteamos vía e-mail. Entonces yo tengo que decir al
monstruo de turno “Fulanito, si eres amable -jamás lo son, os informo de la
primera realidad cruda-, ¿me podrías dejar el ordenador? Y me contesta “No
tenía que hacer otra cosa. No me dejas meterme en Internet hasta que a ti te da
la gana llegar a casa -ya os he contado que si no llego a casa antes es porque
me estoy realizado con los ficheritos y por el placer que me produce que me den
por el culo- así que ahora te fastidias mamá” -otro que tiene la sana intención
de joderme, con lo feliz que sería siendo virgen, casta y pura-, así que me
tengo que resignar a levantarme a las seis de la mañana cuando los angelitos
están aún dormidos para contestar a los e-mail de mis amigos, pero mi dicha
dura poco porque a las siete aparece un tío más grande que un castillo abrazado
a su mascota de peluche, ¡manda huevos lo que hay que ver a esas horas!...
Ellos son mayores y autodidactas, saben todo, pero de pronto la niñez llama a
sus puertas y no se pueden resistir.
El susodicho angelito me pide que no sea egoísta y le atienda
porque tiene un gran problema. Como os podéis imaginar, tiro el ordenador y
pongo toda mi atención -la que soy capaz a las siete de la mañana-, me quito
las legañas de los ojos y le miro profundamente -antes, me limpio los oídos
para que nada distorsione el sonido- y espero expectante la confesión”Mami,
estoy obsesionado, no me lo puedo quitar de la cabeza y sé que me vas a decir
que no pero es que sueño con ello” “¿Qué te martiriza hijo?”- pregunto
inocentemente- “Mira, Mami, he visto unos calzoncillos de Kalvin Klein divinos.
Son muy caros, pero merecen la pena que te esfuerces en comprármelos. He
pensado que dejes de comprar filetes durante dos semanas y, con lo que te
ahorras, puedes comprarlos… Podemos comer mientras macarrones”… ¡Qué generoso
el niño! Seremos en vez de los García, la familia Macarrón.
A duras penas me repongo del duro impacto que me ha producido la
inquietud de mi primogénito cuando me ataca de nuevo -noto que sus confesiones
despiertan a mi estrés muy de mañana- y me dice: “Mami, ya sé que tú de
elegancia y de vestir bien, no tienes ni idea, el buen gusto te lo negó Dios
-esta afirmación me jode, no por mi mal gusto, sino por meter a Dios en la pasarela
Cibeles que de un momento a otro se va a convertir mi casa… Si no… atentos, ya
veréis- Pero es que Mami, estoy indeciso, ¿qué me favorece más, el pantalón
azul con la camisa pistacho o con la verde musgo? Espera, no seas impaciente
-me está amenazando- me pongo ambas cosas y opinas”… Entonces comienza un
desfile de modelos con tal rapidez, que no asimilo el vestuario.
Por el rabillo del ojo miro el reloj que se acercan sus manecillas
a las ocho; la tarifa plana de Internet se acaba y… yo sin contestar los e-mail.
El reloj marca la hora mágica y la joya de mi niño sale disparado
o llegará tarde a clase. Los angelitos cantan El Aleluya de Hendel que me suena
a música celestial ¡Al fin, sola! Me digo cuando una voz ronca, aguardentosa y
desafinada me dice a la oreja “Buenos días, Madre” doy un salto del susto y me
vuelvo. Qué tonta soy por crearme falsas esperanza; se me había olvidado el
melenudo, mi benjamín. Los pelos le caen lacios por la cara, parece el
anticristo; este espécimen es muy rarito pero buen chico.
Todas las mañanas desayunamos juntos y me cuenta sus cosas; yo
encantada de que hable aunque os soy sincera, la mitad de las cosas no entiendo
su significado, pero yo dejo que hable y pregunto para que sepa que todo él me
interesa. Mis preguntas no le hacen gracia porque opina que soy un poco
retrasada; normal que lo piense, si no entiendo lo que me dice, mis preguntas
deben sonar a chino porque no sé ni lo que digo.
Hay silencio; no me atrevo a moverme, temo que los hados malignos
que me persiguen llamen de nuevo a mi puerta. Necesito un poco de sosiego para
hallar un mínimo equilibrio emocional y poder encarar el día.
Se me había olvidado deciros, pero creo que ya os habréis dado
cuenta, de que soy muy mal hablada; digo palabrotas constantemente ¡Joder,
entendedme! Me sienta genial decirlas. Siento como si mi impotencia se viera
compensada al decir de una manera rotunda “Tía puta, cabrón, etc”
A mi marido le pone de los nervios oírme hablar así. Dice que no
es de personas educadas, ni es femenino, pero a mí a estas alturas, me importa
un carajo ser educada y menos, ser femenina… ¿Para qué me sirve ser mujer?, ¿para
ser una puta pringada toda la vida? Estoy hasta el moño de todo y de todos pero,
claro, luego pienso en este hombre con el que me casé hace tantos años que ya
ni me acuerdo, y me da pena… ¡Es tan bueno! Ejerce de hombre, ya sabéis, de los
que explotan a las mujeres pero de manera sutil y delicada y, para colmo, se me
ha quedado últimamente impotente, no de pene, que quede claro, sino emocionalmente.
Al pobre le ha jodido una tía gorda en el trabajo y, en casa, la
sección juvenil le ha metido una goleada mejor que la del Real Madrid. Lo de
los monstruos compartidos le he dicho que no se preocupe pues yo me encargo
personalmente de ellos… ¡Qué mal miento Dios!
Pero el asunto de la gorda, no sé por dónde atacar. Me ha enseñado
su foto y, cuando la he visto, he pensado -no dicho- ¡Date por jodido! Las
mujeres somos víctimas, pero la que sale torcida, ¡coño, coño, coño!“
Ring, ring…” el cabrón de mi jefe me da por culo hasta en mi casa;
esto no se puede consentir. Ahora mismo tiro los teléfonos por la ventana…,
mira que lo sabía. Me decía a mi misma: “Muñeca hoy es un buen día, sonríe,
seguro que viene alguien y lo jode”
1 comentario:
jajajajajaj que divertido la verdad, Mucho gusto Lola, me encanta la alegría de tu blog, dejame seguirte ;) besos
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