¡Ay, quién me ha
visto y quién me ve, ay! Ya no soy la que era, he perdido una parte esencial de
mí. Recuerdo que la palabra “Rebaja” me enloquecía de tal manera que era
poseída como la niña del Exorcista; de aquella mujer queda el dejar las tiendas
como si ha pasado un huracán. Las dejo niqueladas pues donde veo un montón, lo
destrozo. Las prendas se caen al suelo y yo las recojo, claro que las recojo,
no las dejo tiradas, pero las amontono de tal manera que no sabes si es una
tienda o que pasó el tsunami de Lola. Ya las perchas ni os cuento. Según las
miro, se caen solas.
Pero este año, ay
este año. He vuelto a casa después de trabajos forzados durante cuatro horas,
con una sartén para freír los huevos de mi Pepe y que les salgan puntillas muy
a su gusto, una toalla playera aprovechando que no voy a la playa y un pijama
que es tan ideal que no lo voy a utilizar para ir a la cama. Allí no lo ve ni
Pepe, así que me vestiré de ir a la cama para salir a la calle; ideal, ideal,
ya os digo, y no suelo mentir a no ser que me vea forzada por causas extremas.
Entonces miento, miento, miento sin control, pero mentiras piadosas porque soy
muy capillitas, eh.
En fin, será la
edad, esa que no pronuncio por ser secreto de estado, que por fin ha venido a
poner algo de juicio en mi cabeza alocada.
En las rebajas a
lo largo de mi dilatada vida he pasado por varios estadios. En el primero me
compraba de todo aunque fuera absurdo y lo peor es que me quedaba con ello.
Vamos que era una manirrota en estado lacerante. La segunda etapa, estando
igual de chiflada por las rebajas, ya me especialicé en comprar y devolver pero
a una rapidez inimaginable; había veces que no llegaba a salir de la tienda y
ya estaba en la cola para devolverlo, o me lo compraba en Murcia y lo devolvía
en Oviedo. También me especialicé en comprarme en sucesivas veces la misma
prenda con la misma talla y color y, por supuesto, volverla a devolver, menos
una vez que se me olvidó devolverla a su enésima vez devuelta y terminé
comprándome otra igual y al año siguiente ver dos prendas gemelas en el cajón.
¡Una vergüenza con mayúsculas! Venga decidlo, la verdad ofende, pero como ya he
interiorizado aquella etapa, la asumo como uno más de mis errores.
Porque no nos
hagamos los santos, eh. Aquí todos erramos, nos confundimos y si hay suerte,
rectificamos.
Yo, rectificar,
no he rectificado. He mutado a otro ser que ve sentido en otras cosas de la
vida y no perder el tiempo en algo que ni necesitas ni te aporta nada a tu
existencia.
Con esto que os
digo no saquéis falsas conclusiones, no por favor. Uno nace y muere en la misma
sintonía en la que vivió y yo soy feliz tropezando y regenerándome o mutando,
pero eso no quiere decir que el juicio me haya poseído, no. El juicio no es
para mí sino para los que están a mi lado para que me den un toque de vez en
cuando y me pregunten “Pero dónde vas alma de cántaro” Entonces yo paro y, y, y…,
algo hago pero no sé el qué.
Por ejemplo hoy
he despertado en plena mutación. Anoche mi Pepe me echó en cara que era un
desastre como ama de casa; tenía la despensa presa de inanición. Me faltaban
los elementos más elementales.
No he dormido
mutando a otro ser. Y cuando la luz del alba ha inundo todo mi ser, la clarividencia ha
llegado a mis sesos. A partir de hoy que sea Pepe el que se ocupe de la
despensa.
¿A que cuando quiero
pienso con juicio?
¡Hasta otra,
amigos!
2 comentarios:
Jajajajajaj Totalmente, y es que algo tienen que hacer no? me parece muy bien todo hay que compartir en esta vida incluyendo nuestros tiempos ;) besos :*
No te fies de Pepe, que los Pepes son traicioneros. Igual no te hace la compra.
Besos de Reina
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