Me he despertado modo mariposa; no asiento mi
pomposo trasero ni así me ahorquen. Cualquier cosita me viene bien con tal de
no hacer lo que he de hacer. Nunca me ha gustado la esclavitud y hoy me siento esclava
de mis compromisos y no quiero. Necesito, necesito…Hacer lo que me dé la gana.
Pues ni eso porque en la puerta me está esperando la censura; mi Pepe.
¡Es el hombre más tomate que ha transitado por la
faz terrestre! Lástima que esto de la literatura solo da para engrandecer el
ego porque dar dinero, no da que si no, a estas alturas le había comprado un
terrenito para cultivar tomates. Que no sabe qué hacer, se da un paseo y compra
tomates. Que está aburrido, se come un tomate. Que está más aburrido de lo
normal, me da clases de las distintas variantes del tomate. Su vida se resume a
un puro tomate ¡Muy tomate, amigos!
Varias veces me he enfadado con él por este
asunto. Qué cara llevará de necesidad de tomate que le timan según le ven. Da
igual que entre en frutería paquistaní, chilena o española; viene con los
peores tomates del mercado y encima ¡Qué precios! Ni una hipoteca mensualizada
te cuesta lo que le cuestan a él un triste kilo de tomates. Digo lo de triste
porque su bolsillo viene vacío y los tomates llegan hechos polvo, no resisten
ni una ensalada.
Su obcecación es pensar que como el sabor tomatero
no existe pues es hallar el que sabe, y por más que le cuento que los tomates
dejaron de ser tomates en cuanto la mano del hombre los industrializó, no lo
entiende. Él busca tomate con sabor como el que buscó Ítaca. Y yo le dejo
sortear su búsqueda infructuosa así, mientras me deja en paz y yo puedo
dedicarme a rebuscar en las musarañas de mi imaginación alguna historia que
contar que al fin logre acercarme a la fama. Fama que se me resiste, se me
niega y yo erre que erre, cómo mi Pepe y sus tomates. En el fondo dos que
duermen juntos terminan parecidos; esos somos mi Pepe y yo.
Sin embargo, ayer aprovechando una salida mía
compré unos poquitos tomates a un precio irresistible y cuando los estaba
colocando en la nevera se abre la puerta de la calle y aparece Pepe con una
cara de satisfacción como la que me puso el día en que me comunicó que de
momento no se podía casar conmigo porque llevaban a su empresa una máquina y él
era el único que la podía poner en marcha. Claro que su cara de convencimiento
satisfactorio ese día le duró un escaso medio minuto y terminó casándose
conmigo, mis chismes y mi perro un 27 de abril como estaba convenido y
estipulado.
Pero ayer era distinto, su satisfacción le hacía
elevar su bigote casi hasta las cejas. De momento permanecí muda, silente, en
standby, hasta escuchar lo que su garganta me iba a comunicar sin necesidad de
preguntar “Gordita, te presento a los famosos tomates de Cambil” Los expuso
encima de la mesa como si fuera rubíes. Yo los miraba escéptica y un tanto
mosca pues la pinta era buena, mucho mejor que los míos de suculenta ofertita,
así que le propuse que hiciéramos una cata tomatera. En el fondo de mi ser femenino
yo lo que quería era demostrarle que ninguno, ni el suyo ni el mío, sabían y
encima los míos eran muchísimo más baratos que los suyos. Aceptó de buen grado
manteniendo su bigote por las nubes, hecho que me iba mosqueando por momentos.
Puse la mesa, nos sentamos y comenzó la cata. Yo
bajaba la mirada cada vez más mientras los trozos de tomate de mi Pepe iban
cayendo uno a uno en mi estómago siempre agradecido hasta que mis ojos se
estrellaron contra el plato y no tuve más remedio que reconocer la evidencia.
-En las estribaciones de Sierra Mágina se halla un
pueblo tan blanco como la espuma de mar-sentencié.
-Y eso, ¿qué tiene que ver con mis tomates, Lola?
-Todo, absolutamente todo, Pepe. Los orígenes de
esos tomates que nos acabamos de zampar, mi ilustre, sabiondo y obsesivo, don
Pepe, se los debemos a mis abuelos Vidal e Isabel oriundos de Cambil que aclarando sus gargantas
con Risol o Aguacerbá se comían un
apetitoso carnerete, típico de allí. Eran más pobres que las ratas pero en su
patio plantaron tomates y tan sabrosos que comenzó su fama a crecer como
reguero del pólvora por la región ya que estaban convencido que su sabor se
debía a la tierra. ¿Qué, qué me dices?
-Pues que te estás inventando una historia más. Deja
de ser escritora por un rato, anda, hazme el favor. De todos es conocida tu alocada y portentosa imaginación, Lola.
-Muy bien no me hagas caso pero ahora mismo voy a
sacar dos billetes de tren para Jaén, más dos billetes de autobús que nos
lleven de Jaén a Cambil…, a mi madre y a mí.
-¿Tú madre, dices?, ¿mi suegra?
-Sí, majete, mi madre, alias tu suegra. Mi madre
es de allí pero como nunca te ha interesado mis orígenes pues…
-Lola, la primera noticia. Perdóname.
Me dio lástima ver a mi Pepe compungido pero por
primera vez estaba a punto de darle en las narices. ¡Harta de su sabiduría
estoy! Tanto que sabe, me malicio que de
Madrid para abajo no tiene ni idea. Bueno y…, vamos a dejarlo.
En un periquete he sacado los billetes, he
organizado el viaje sin dejar abrir la boca a Pepe porque si la abre, seguro
que no vamos. Aunque lo más difícil ha sido convencer a mi pobre madre que
desde hace tiempo vive en una residencia. Ella dice que vive en Benidorm y,
¿quién soy yo para llevar la contraria a mi madre? Voy todos los días a
discutir un rato con ella. Ejercicio que bordamos las dos. La doctora nos pide
que la hagamos recordar, hablar, lo que sea con tal de que aterrice de “los
paraísos fiscales” en los que guarda con celo su memoria, pero es que hoy creo
que he liado demasiado a su cabeza. Nada más verme he aprovechado para decirle que estaba
pensando en rellenarme, como la reina,
con ácido hialurónico que venden en Cambil y, de paso, visitar el pueblo de mis antepasados.
Tierras de rebeldes, moros y cristianos. Su mirada cainita me ha taladrado y
después de sopesar sus palabras me ha dicho “Menos pensar en ti, egoísta, y
mejor dáselo a tus hijos que falta les hace” Despepitada he abierto el móvil a
buscar una foto de mis hijos y les he visto tan guapos como era yo a su edad. En
cambio yo he encontrado de mí misma un selfies que ni con el nivel de belleza al máximo se me quitaban las
arrugas, así que me he vuelto hacia mi madre y la he contestado “Digo a Peluche
Mayor que le voy a rellenar del relleno
hialurónico y me manda a cascar nueces, mamá. No te digo si se lo
menciono a Peluche Pequeño con ese carácter jovial que posee. Me manda a las
islas Caimán de un bufido”… Se ha quedado callada y a continuación “¿Cuánto
cuesta rellenarles de ácido? Dímelo en pesetas y ahora mismo llamo al banco.
Con mil pesetas tienen hasta para sacar el billete de autobús, ¿te parece?” No me he dado por vencida y la he comenzado a
hablar de la fauna de Sierra Mágina. Del jabalí, del halcón peregrino, de la cabra montesa y…,
mi madre que oye la palabra cabra y se arma de nuevo el lío porque se acuerda del cabritillo que
compró mi abuelo cuando era pequeña, tan blanquito, tan gracioso y que mi
abuelo asesino para comérselo ¡Pobrecita!, lloraba sin consuelo hasta que se me
ocurrió nombrar la palabra mágica que todas sus penas cura: el nombre de mi
Peluche Mayor. Entonces, de sus ojos que casi no ven, de su rictus hosco,
emergió una luz maravillosa indescriptible y va y me dice “¿Por qué no dices a
Peluche que se meta a cura? Viven muy bien y nos vamos los tres a Cambil a
enseñar la palabra del Señor” Según hablaba me estaba imaginando a mi Peluche Mayor
con sotana saltando y corriendo como las cabras por los montes diciendo a sus
ovejas “Ríete, mañana te puede faltar un diente”
En
fin, he dicho que me llevaba a mi madre a Cambil y aquí estamos los tres.
Claro, mi madre no hace más que preguntar en qué pueblo estamos…
4 comentarios:
Simpatiquísima historia, muy querida amiga.
Un fuerte abrazo.
Excelente historia Lola hermosa, no te imaginas lo bien que lo paso leyéndote. Un abrazo con todo mi corazón.
Un encanto la odisea de los tomates. Me motivó para ir en seguida a la cocina a hacerme una ensalada. ¿ De qué? De tomates !!!
Lola, contigo nadie se aburre nunca. Dile a Pepe que es un hombre de suerte. Que le acertó a todos los premios el día que te conoció.
Pues me ha gustado mucho tu historia de los tomates de tu Pepe, y es que como a los maridos les dé por algo… el mío siempre hablando de la comunidad, lleva 18 años de presidente y aunque solo sea por eso es el mejor, pero no se lo digo se pone más pesado…
Es bueno que tengan cosas que hacer después de la jubilación, mi marido se pre-jubilo hace años, y cada mañana va a ver al portero y las novedades que hay, a mi me tiene hasta el gorro. En fin que sean felices y no se queden sentados como zombis en el sofá, eso es peor que ir a por tomates o a ver al portero, jijiji. Me ha gustado leerte. Un beso.
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