Mi Pepe tiene un teléfono inteligente; cómo él, claro.
Tú le pones la calle a dónde quieres ir y antes de que termines de escribir, el
telefonillo prodigioso te ubica dónde estás (solo le faltó decir “Salgan de la
habitación 216”) y a dónde vas; andando o en coche. A vuelo motor, no. Todo
maravilloso y estupendo si no fuera porque antes de salir del hotel ya nos
habíamos perdido. Yo me fío de mi santo esposo más que nada porque si no me
pongo gafas no veo, y las letras de su móvil son para vistas agudas. Mi suegra
siempre me decía la infinidad de suerte que había tenido con su hijo pues a los
tres años hablaba igual de bien que Castelar, además era muy alto (talla estándar,
no nos engañemos pero no era cosa que a la buena mujer la fuera yo a decir, una
recién llegada, que su hijo era normalito de tamaño) y, rizando el rizo, veía
más que la media. Yo, como lo de la vista no ha sido mi fuerte pues tan
contenta que estaba de tener mi lazarillo vallisoletano. Así que con el asunto
del guía telefónico me dejé llevar por Pepe; ya os digo, en una revuelta de un
pasillo del hotel habíamos vuelto loco al móvil. Hasta que me di cuenta, y sin
ver que eso sí que tiene mérito, que si la flecha te mandaba a la izquierda,
Pepe se iba para el lado contrario. Por una vez fui prudente y no le dije “Pepe
eres tonto”, lo pensé pero en mudo.
En fin, tanta era su emoción que le preguntaba el
camino hasta para ir al baño. A dios gracias, descubrió algo aún todavía más
heavy que le trastocó por completo y olvidamos preguntar al móvil más direcciones. se sentía Cristóbal Colón y todo lo que hacía con el teléfono, su obsesión, era no dejar rastro. Sí,
su aparato tiene un chisme que borra huellas o es muy limpio, no sé qué pensar.
Por si acaso, yo me sentaba frente a Pepe, no a su lado, no fuera a ser que me
borrara a mí también.
El entusiasmo por su aparato era extensible a la
cámara de fotos. Una que se siente como los japoneses cuando sale de casa, pues
todo el rato diciéndole “Pepe hazme una foto aquí, allá, donde sea, pero
retrátame” y el hombre con buena voluntad lo hacía pero no tenía cogido el
tranquillo y, entonces, o mi gesto se demudaba de esperar o el sol de
aburrimiento también de esperar, se largaba. Eso sí, no sé cómo apretaba el
botón, el caso es que salían ráfagas y ráfagas de la misma foto. Para complacerme me
preguntaba “Gordita, ¿cuál quieres que te mande?” Al principio las miraba sin
gafas y veía la misma cara de panoli en versión seiscientas veces. Luego me
puse las gafas y fue peor ver
seiscientas veces mi careto. Ojos que no ven, corazón que no siente, chicos. La
cámara de mi Pepe es tan buena que saca todo, hasta lo que no existe aún;
deprimente.
En fin, ya estamos en casa, sanos y salvos, y eso
que a la media hora de llegar a Sevilla casi me caigo de una banqueta. Todo
porque me tomé sin darme cuenta, eh, mientras la felicidad me embargaba y el
jamó se aposentaba en mi agradecido estómago, tres “buchitos” de manzanilla;
cuando me fui a bajar de la banqueta vi no uno sino tres Pepes, y me precipité
al vacío. No preguntéis el porqué, pa qué…
3 comentarios:
Pensar "Pepe eres tonto" y callarse, evidencia, aparte de amor, una profunda sabiduría. Y si a continuación tomas la pluma y compones un soneto "A Pepe", que eso en versión prosa es lo que acabo de leer, ya es que me rindo, Mª Angeles.
Pues sí, los teléfonos de ahora lo dicen todo pero… si el que conduce al teléfono es un poco torpe… todo termina en tragedia como nos paso el otro día que fuimos a Torrevieja, y como no se fiaba del teléfono cuando él decía a la derecha… se iba a la izquierda, total perdidos anduvimos, pero mi marido tan contento por “su nuevo” móvil que cada día entiende menos, yo como tu… chitón. Me ha gustado volver a leerte. Un beso.
Realmente, eres un encanto. Me reí con las peripecias del teléfono inteligente de Pepe. Dices que lo fotografía todo...¡ Oh! A ver si un día, por distracción le saca una foto a la Felicidad y tú nos mandas una copia a todos.
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