Estoy más chuga que los Chunguitos… Si me dicen que
me voy a convertir en un arsenal de pastillas sin ser pastillera, no me lo creo,
pero la realidad o la edad, yo qué sé cuál, me hacen tener cuerpo y cara de
pastillas de colores, redondas unas veces, alargadas, otras, ¡puerca miseria,
leñe!
Para comenzar el día y en ayunas me zampo la dosis del
tiroides. Al ratito, ingiero la de la tensión. Al otro rato, si el lumbago no
hace pellas y decide quedarse conmigo, un ibuprofeno. Ya en sesión de tarde, un
poquito de pastilla para el colesterol y para cerrar el día glorioso, la súper
pastilla para que mis nervios descansen.
¿En qué se ha quedado vuestra Lola? En una farmacia,
coña. Pero lo más tomate es que mi Pepe se ha convertido en un espía y cuenta
las pastillas y si sobra alguna, tenemos el tomate montado.
Menos mal que mi esencia aún sigue intacta, es
decir, tanta pastilla no altera el producto que engendré con trabajo, tesón y
humor, y en que la vida me ha convertido. Gracias a Dios y aunque camine a ratos
torcida, otras, con el rostro contraído, no me quejo. Porque no puede haber
algo más desagradable que encontrarte con alguien y ese alguien comience a
desgranar con pelos y señales los males enfermizos que la acosan… ¡Noooo, un
cuerno de vaca! Yo callada tampoco, antes muerta que muda y hablando del tiempo
que es muy socorrido.
¿Veis? Eso es una enseñanza de mi Pepe, el jamás se
queja. Claro, que de no quejarse, casi se me muere y los niños y yo diciendo “Hoy
a papá se le fue la mano con el güisqui” Pobrecito mío y lo que le pasaba es
que tenía tan alta la temperatura corporal que su mente, tan equilibrada
siempre, se había desmadrado y decía unas tonterías de tal calibre que los tres
nos sentamos a darle palique para que siguiera haciéndonos reír hasta que sus
ojillos, cada vez más chiquitos, se pusieron a modo de la niña del exorcista y,
leñe, ¡qué susto! Los tres nos pusimos a aporrear la puerta del vecino que es
médico.
Así que no hay que dar la brasa al prójimo, pero si
te ves mal o si alguien te encuentra diciendo más tonterías de lo normal, dar
aviso rápido a alguien que entienda. Y lo de entender lo digo por la gente que
sabe, médicos, enfermeras, auxiliares o algo así, y no a un amigo, vecino,
conocido o familiar, que su especialidad sea medicarse porque sí. Porque yo una
vez, me sentí experta y me tomé una pastilla y me quedé al otro lado casi
veinticuatro horas, eso sí, sin dejar de decir tonterías. Desde entonces las
pastillas las miro con muchísima prevención y sin consulta médica, no me trago
una pastilla ahí me muera.
4 comentarios:
Muy buena tu apreciación de que hay que buscar el consejo de "alguien que entienda de verdad".
Ya sabes que hay quien no hace caso de su médico y sí del Tarot o del que despacha en el herbolario...
jajajaa las pilas se las da tu a pepe ., eres tú quien lo hace sentir vivo , lo de la farmacia es cierto joooo, nunca termino de cumplir los tratamientos me fastidian , , un beso amiga desde mi brillo del mar
Lo cierto es que tienes una vena de humor que atrae a todo aquél que te lea.
Por lo regular siempre acabas arrancándome una sonrisa.
Yo soy de las que odio tomar pastillas, sólo en caso de extrema necesidad lo tengo que hacer ¡que remedio me queda! pero, para colmo, no sé tragarlas, soy un desastre.
Cariños.
kasioles
Lola hermosa, tienes tú razón. Nunca hay que quejarse. No hay personas más maleducadas que aquellas que si le preguntas por cortesía, como están, te lo dicen con pelos y señales en lugar de decir: Muy bien, gracias. Y para colmo, están mal...y te enteras de todas sus desgracias.
Lo de las pastillas, estamos igual. Pero eso de que si me pillan diciendo más tonteras que lo habitual...No sé. Tendría que estar pidiendo hora al médico día por medio. Las pastillitas de las tiroides , ni me las nombres mejor...En fin, que todas tus amiguitas estamos como anaquel de farmacia. Pero vivas y con las pilar cargadas.
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