La Santa Inquisición se cebó con mis pimientos.
Ahora, no me lo explico. La última vez que los miré estaban coloraditos,
gorditos, jugositos… Me despisto y ¡Zas!, no me lo explico. Si tenía la puerta
de la calle cerrada, las ventanas cerradas, el perro dormido, mi Pepe jugando a
las bolas, la coneja comiendo pienso y yo…, pues en Babia preparando la
presentación de Mujeres descosidas hasta que me llegó un tufillo, al principio
agradable pero luego, luego olía a quemado hasta en el portal. En esta ocasión
no perdí los nervios, ¿pa qué si no estaba Pepe? Si llega a estar pues sí.
Chillo, maldigo y Pepe acude pero sin él, ¿pa qué? Gastar nervios pa ná.
Así que
me arremangué, sin prisas, eh, abrí ventanas para que el humo se marchase a
tomar vientos y en vez de enterrar cristianamente a mis pimientos en la basura,
recogí sus cenizas, las expuse en la terraza un buen rato y cuando la humareda
se despejó, y con suerte de que la alarma no se disparase porque ahí sí que
hubiera tenido un gravísimo problema, ¿por qué? Pues muy sencillo: los de la
agencia de seguridad al detectar humo hasta debajo del cuello de su solapa, hubieran
llamado a mi Pepe que en ese momento, como he contado, estaría dale que te pego
con las bolas y de la mala leche que se hubiera puesto al recibir la llamada de
los agentes antihumos, hubiera dejado tuerto de un bolazo al primero que se
hubiera puesto a tiro. Vamos, un dramón, porque mi Pepe no tiene seguro
contratado contra bolazos inciertos. Mal hecho porque de mí no se debe fiar
bajo ningún prisma. Es que la armo a la primera de cambio. En fin, esta vez me
he librado del chorreo, así que tranquilamente observé a mis pimientos
calcinados y como los nervios los tenía en el trastero esperando a Pepe, pues
encontré posibilidades a mis pimientitos negritos, más negritos que una noche
de apagón en Manhattan. Me puse las gafas de otear de cerca, cogí el bisturí en
formato cuchillo y con paciencia, paciencia, pues he llenado una tarterita.
De
la alegría al observar mi proeza me he puesto a decir “Milagro, Milagro” y suena
la puerta, abro. Era mi vecina que al oírme ha pensado que estaba sufriendo un
pinzamiento de cabeza, y como yo soy buena vecina y cada dos por tres la estoy
salvando de sus trances pues se ha visto obligada hoy a salvarme a mí… Me
consuela mucho esta buena mujer, está bastante peor que yo, pero muy mucho más
que yo, eh. Sin embargo todo aquel que la trata no puede dejar de pensar lo
buena gente que es. Y digo yo, ¿a la gente la pasará lo mismo conmigo cuando me
trate o se quedarán prendados solamente de mi chifladura?
Se lo comentaba a mi
prima Mari Espe el otro día porque hay una rama familiar cuyos genes encencerrados
nos los han traspasado a unos cuantos y, claro, ya nos podían haber dejado otra
herencia aunque tuviéramos que pagar un poquillo a hacienda, ¿no os parece?
¡Uy! Os dejo acaba de llegar Pepe y dice que huele
raro, le voy a decir que ha sido el perro o la coneja, bueno ya veré… ¡Adiós!
5 comentarios:
Estás un poco loca jaja, eres muy divertida.
Un beso
Y digo yo, ¿Pa qué irse de corresponsal a Chechenia cuando desde la cocina de tu casa puedes enviar crónicas de alto riesgo?
No se puede tener más arte.
Loca, loca, no estás loca
solo un poco trastorná,
tu Pepe y la Mari Pili
te han dejao formateá.
¿Qué se queman tus pimientos?
di que te fumaste un puro,
Vive tu vida, mi Lola...
¡resetea disco duro!
Querida Lola, me hizo reir la historia de los pimientos. Eres tan gráfica para contar las cosas, que te voy imaginando y ya me siento que te conozco, a ti y a tu Pepe.
¿ Sabes? Yo también me pregunto a veces si la gente se dará cuenta lo buena persona que soy...
Una confidencia: La historia de la blusa roja es textual. Me pasó a mi. Qué rabia.
Me encantó el video del perrito. Qué ganas de estar en la presentación de tu libro...Pero ¡ ay! estoy un poquito lejos.
Lola, eres re guapa e inteligente. Un orgullo para nuestro sexo y un regalo para los que te conocen. ¡ Sigue así! No cambies....
Y gracias por la paciencia de pasar por mi blog.
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